Si estás leyendo este artículo es probablemente porque:
a) estás pensando en irte de voluntariado.
b) alguien te ha hablado sobre proyectos de la UE.
c) vas a realizar, inminentemente, algún programa de movilidad.
Sea cual sea tu caso, lo único que pretendo hacer con este texto es, por una parte, quitarte todos los miedos o preocupaciones que puedas tener sobre esta experiencia (si es que ya estás decidido/a a hacerla) y, por otra parte, animarte, si tienes la oportunidad y la posibilidad, a formar parte de algo tan bonito y tan trascendental como pueden ser los proyectos del Cuerpo de Solidaridad Europeo (ESC, por sus siglas en inglés).
Me llamo Fátima y, a finales de 2021, tenía 22 años y muy pocas ideas de lo que quería hacer con mi vida. Acababa de graduarme en la universidad y mientras algunos amigos míos ya tenían trabajos fijos, otros se habían metido a un máster o bien seguían intentando sacar la carrera. La incertidumbre que sentía en aquel momento fue la que me llevó, irónicamente, a aplicar para hacer un voluntariado de la Unión Europea, y, contra todo pronóstico (al menos por mi parte), me aceptaron.

Así, un frío viernes de febrero dejé mi Galicia natal y cogí un par de aviones y otro par de autobuses para plantarme en Rzeszów, una ciudad al sur de Polonia que, como todo en ese país, no se pronuncia en absoluto como parece. Yo de Polonia sabía poco y de mi nueva ciudad, aún menos; además, era la primera que viajaba fuera del país y que me iba tanto tiempo – casi siete semanas – sola. El contexto no era el ideal pero, sin embargo, esta experiencia se convirtió en una de las mejores cosas que me pasó en la vida.
Durante un mes y medio compartí mi vida con 16 personas de países tan diferentes como Italia, Armenia, Kazajistán, Turquía o incluso Brasil – porque sí, puedes participar en un voluntariado del ESC aunque no seas oficialmente un ciudadano europeo, basta con tener residencia en un país de la UE-. Nuestra labor en Rzeszów se desarrolló de la mano de la organización INPRO, que trabaja sobre todo en proyectos que buscan fomentar el desarrollo personal y mejorar la educación de la juventud local y de la región. De este modo, durante mi voluntariado organicé talleres (y participé en ellos), participé también en el desarrollo de un evento, Europe for Youth Day, que sin duda alguna es uno de los proyectos más gratificantes en los que he estado, asistí a sesiones de terapia, hice trabajo de caridad con personas necesitadas y con perros…

Pero más allá de las tareas formales que tuvimos que realizar, para mí lo más importante, lo que más me marcó y lo que me voy a llevar para siempre fueron las personas. No sólo el resto de voluntarios, ya fuesen mis compañeros de corto plazo o los “veteranos” de largo plazo que nos hicieron nuestro camino un poco más fácil, sino también la gente de la ciudad. Gracias al tipo de actividades que realizamos pudimos entrar en contacto de manera constante con los habitantes de Rzeszów, y aprender de su mano lo que realmente es Polonia, así como costumbres, tradiciones, hábitos o cosas simples que, de otra manera, nunca podríamos haber descubierto. Durante siete semanas cada día me fui a dormir sintiendo que mi mente cada vez estaba más abierta y más llena de conocimiento, y eso fue gracias a las relaciones interculturales que establecí durante el voluntariado.
Evidentemente no todo es trabajar y durante el proyecto el resto de voluntarios y yo tuvimos mucho tiempo para disfrutar de nuestro ocio (otra gran manera de conocer gente), viajar tanto dentro como fuera de Polonia y, a través de estas y otras cosas, conocernos. Polonia es un país bastante barato, por lo menos desde mi perspectiva española, por lo que pasárselo bien allí es todavía más fácil.

Es obvio que al estar tanto tiempo lejos de casa y en un contexto tan diferente al tuyo va a haber momentos en los que te sientas triste, con morriña, o incluso al principio un poco fuera de lugar. Pero en general, o al menos desde mi experiencia, esos momentos son minúsculos si se comparan con todo lo bueno que puedes vivir gracias a esta experiencia. Aunque los comienzos pueden ser complicados, todos los que estáis en ese o en cualquier proyecto sois personas jóvenes, con más o menos los mismos intereses y objetivos, y al compartir tu espacio vital con ellos 24 horas al día, siete días a la semana, para bien o para mal la confianza se acaba forjando.
Recuerdo cuando tuve mi reunión antes de comenzar el proyecto con La Vibria Intercultural, mi sending organization, en la cual tuve que hacer un gráfico de predicción de mi estado de ánimo durante el proyecto: me sorprendió que me dijesen que, cuando tuviese que regresar a España, pasaría por una etapa de bajón porque echaría de menos la experiencia. Yo, persona casera a más no poder, no me podía imaginar cómo, después de siete semanas fuera, no iba a estar deseando volver a casa de una vez por todas. Pero tenían razón: este tipo de proyectos marcan un antes y un después en tu vida, y algunas de las personas que conoces en ellos llegan a tu vida para no irse nunca. Aplicar para participar en este voluntariado fue una de las mejores decisiones que pude tomar en mi vida, ya que la persona que se fue un 5 de febrero, llena de miedos, inseguridades y más perdida que un pulpo en un garaje tiene poco o nada que ver con la que llegó el 23 de marzo, con la mente y el corazón llenos de confianza, amor, conocimiento y ganas de comerse el mundo.

Por eso os animo a que, si podéis, forméis parte de un proyecto de este tipo, porque es algo que de verdad siento que todo el mundo debería vivir al menos una vez en la vida. Y si ya habéis tomado la decisión de hacer un voluntariado, solo me queda desearos la mejor de las suertes; aprovechad cada día como si fuese el último y agarraos bien, porque vuestra vida va a dar un giro de 180 grados, pero en el mejor de los sentidos.