Mi nombre es Natalia y este año decidí irme de voluntaria a Francia unos meses. Para ser sincera, creo que mi idea inicial era escapar de mi situación actual, buscar un propósito, algo que me mantuviese distraída, poder sentirme útil de nuevo. Siempre me ha apasionado ser voluntaria, ver el efecto que tienes sobre las personas, sus sonrisas. Así que pensé, ¿qué mejor solución para mi problema que volver a ser voluntaria una vez más? Es verdad lo que dicen, a veces el remedio es peor que la enfermedad.
No voy a entrar en detalles porque sería muy aburrido, pero a lo largo de mi estancia me sentí extremadamente sola y triste, como una extraña en un lugar donde no la aceptan. El alojamiento y la supuesta red de apoyo que teníamos allí no fueron acogedores en ningún momento por muchos motivos que no vale la pena enumerar en este artículo. Pensaba que mejoraría con el tiempo, pero solo fue a peor, hasta el punto en el que durante el último mes solo quería encerrarme en mi habitación y llorar. Quizás fui tonta o ingenua por aguantar esa situación e intentar mantenerme positiva, pero de verdad que esperaba que aquel momento de adaptación y felicidad del que me habían hablado llegara en algún momento. Se puede decir que lo que ocurrió fue que aprendí a vivir con esos sentimientos, aislarlos; me centré en mi trabajo como voluntaria y convertí mi vida en eso, del trabajo a casa y de casa al trabajo, y así pasaban las semanas más rápido; no paraba de contar los días para volver, para poder lograr dormir por fin. Pero esa situación era insostenible, uno no puede retener las emociones, porque sino os pasará como a mí: estaba ya en el aeropuerto esperando a mi avión cuando sucedió algo, “la gota que colmó mi vaso”, y todos esos sentimientos (soledad, tristeza, impotencia, nostalgia, cansancio, frustración, etc.) acumulados se escaparon y las lágrimas salieron solas. Fue un momento revelador, y estoy agradecida por ello, porque fue entonces cuando me dí cuenta de que no podía estar constantemente excusando las acciones de gente que no se lo merece, no todo tiene justificación, la forma en la que nos habían tratado durante nuestra estancia no fue la adecuada, y a partir de ese momento tenía que comenzar a defenderme a mí misma. Así que se puede decir que sí aprendí una valiosa lección: al igual que un voluntariado ayuda a la comunidad, también nos ayuda a nosotros mismos, aportandonos experiencias que nos hacen una versión mejor, más fuerte.
Pero no me malinterpretéis, no busco asustar a nadie con mi historia, porque, para sorpresa de muchos, repetiría esta experiencia una y mil veces más. Es verdad que hubo muchas más situaciones malas que buenas, pero aquellas buenas son más valiosas que todo lo demás. Aparte de aquello que he aprendido, he conocido a una persona extraordinaria, mi compañera de aventura, que me ha estado apoyando en todo y con la que he vivido momentos maravillosos. Es cierto que he pasado unos meses complicados, pero he ganado una amiga y hemos hecho algo muy bonito durante este voluntariado: ayudar a personas que lo han valorado de verdad. De modo que, al final, sí que logré aquello que buscaba, ver más sonrisas en la gente, y todo esto no lo cambiaría por nada del mundo.



